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Entrevista a Agüera de Mari Ángeles Robles para la Revista Digital CaoCultura

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La pasada semana tenía lugar la presentación al público de la iniciativa cultura CaoCultura, una iniciativa (entre otras personas) de Mª Ángeles Robles, periodista especializada en temas culturales, que ha trabajado en Diario de Cádiz, en la agencia de noticias Europa Press y he sido redactora y fundadora del periódico El Independiente Cádiz, y que colabora habitual de diversas publicaciones culturales en las que escribe de teatro, cine y literatura.

En este estreno Mª Ángeles Robles, que tiene una estrecha unión con la comarca y con los pintores ubriqueños, comenzaba con una entrevista con Antonio Rodríguez Agüera, un pintor que como la revista se puede decir que entiende la cultura como un proceso, no como producto. Del mismo modo, desde esta iniciativa digital, se presentan diciendo que «La cultura implica transformación individual y social. CaoCultura es un espacio para la creatividad, la imaginación, el disfrute, la reflexión y la emoción».

En la entrevista a Agüera, que reproducimos a continuación, Mª Ángeles Robles nos presenta al veterano pintor de forma llana y cerca, aprovechando su reciente exposición en El Bosque para dándonos un repaso por su vida y su forma de entender la pintura.

Antonio Rodríguez Agüera: “La sangre todavía me bulle. Como pintor soy temperamental”

Por Mª Ángeles Robles – 12/03/2015 – http://caocultura.com

aguera-caocultura_001Antonio Rodríguez Agüera es un hombre menudo, delicado, que encierra dentro un enorme pintor: Antonio Agüera. Amable, cortés hasta la saciedad, serio, sencillo, de risa franca y abierta, dispuesta a estallar casi por cualquier cosa, a sus 75 años sigue siendo un joven dispuesto a plantearse retos continuos. Un joven al que no le importan las fechas –no recuerda casi ninguna– pero al que le importa el tiempo, su paso, su deriva. Un pintor en tierra de pintores: Ubrique, donde todavía sigue dando frutos la fértil semilla que plantó Pedro (“Pierre”) de Matheu. Con sus pequeños ojos atentos, Agüera mira lejos, más allá del horizonte multiplicado de cordilleras que le rodea.

Está exponiendo una muestra de sus obras en un pequeño restaurante de El Bosque, La Divina. La selección la ha hecho su hijo, que escogió nueve acuarelas y diez óleos de diferentes tamaños en los que hay variedad de temas y tendencias. Un breve pero significativo paseo por la obra de este artista al que no le gusta la vida social en torno a la pintura, pero al que le interesa muchísimo lo que hacen otros pintores.

“Cuando llega el momento de acudir a la inauguración de una exposición no tengo decisión. Como me quedo a medias, me inclino a no asistir. No quiere decir que no tenga interés. Normalmente, al día siguiente, voy a verla. Incluso si está quince días, voy los quince días a repasarla. Pero no sé por qué las inauguraciones… Si no me tocan a mí directamente, no voy”, nos explica durante la charla previa a la entrevista. Me recibe en su estudio: una pequeña casa encalada en el casco antiguo de Ubrique. En el soberado, donde nos sentamos a charlar, estaba la cama de su madre, la cama en la que él nació.

Agüera no solo vive de la pintura, sino que vive en la pintura, soslayando un mundo ocupado en otras cosas que a él también le preocupan, pero que no consiguen desviarlo de ese camino que inició cuando decidió ser pintor. Nació en Ubrique en 1940.

Usted ha dedicado su vida a la pintura, pero ¿cómo se inició en esto? ¿Ha tenido algún otro oficio?

Yo aprendí el oficio de repujador. A los nueve años mi madre me buscó un hueco porque para ella yo tenía que aprender un oficio, y si llevaba a casa cuatro pesetas, estupendo. Con el tiempo, me decidí a hacer por correspondencia, en la casa CEAC de Barcelona, un curso de dibujo artístico. Por cierto, ahí tengo los libritos y los exámenes que me mandaban y las notas son muy agradecidas: 7, 8, 9, 10. Pero luego ya llegó Pierre de Matheu y le enseñé algo de lo que hacía, y me animó y al poco dejé el curso.

aguera-caocultura_002(Al hablar de Pierre de Matheu le brillan los ojos, la mirada perdida al frente. Ahora parece estar en otro tiempo. Ahora tiene veintiuno o veintidós años.)

Aquí había un señor que se llamaba Francisco Peña Corrales, al que Matheu le dejaba los “tiestos” en su casa cuando venía, quiero decir la tela y el caballete. Cuando se fue me dijo: “Tú lo que hagas se lo enseñas a Francisco Peña”. Cuando hacía algo se lo enseñaba y él me alentaba y me decía algunas cosillas a favor de lo que estaba haciendo, y yo erre que erre. Y aquí estamos.

Como repujador estuve casi catorce años. Luego me decidí a pedirle sueldo al patrón y me dijo que no podía ser. Así que me planteé establecerme por mi cuenta, montar mi negocio de repujador, y así lo hice. Pero ya empecé a pintar, Pierre por medio, el curso…

¿Cómo se vive de la pintura en un pequeño pueblo como éste? ¿Cómo es la vida de un pintor aquí?

Ahora mismo hay varios pintores que viven de eso. Cuando yo empecé era distinto. Pero en cierto modo es como ahora. El capricho de los niños y de los jóvenes. Algunos quieren ser futbolistas o herreros. Yo pensé que quería ser pintor. Y me dije: pues ya sabes, a pintar. Empezó como un capricho. Luego, dentro de mí, puede decirse que había una afición. Y ya está. Yo no me arrepiento.

En todos estos años, ¿se ha planteado en algún momento dejar de pintar?

No, no. Hasta ahora no.

¿Ha habido comprensión por parte de su familia, de su entorno?

He tenido la suerte de encontrar a la mujer que todavía tengo. Nunca me ha dicho: no hay dinero para pintura, ¿para qué vas a pintar? Nunca. Yo me levantaba me venía para acá, iba, comía y me volvía. Yo esto lo he tenido como mi oficio, como un obrero. Y a las nueve de la mañana, delante del caballete. A las dos, a comer. A las tres, delante del caballete. Y a las seis o a las siete, pues hasta mañana… Hasta ahora.

Usted probó suerte fuera y creo que le fue bien. Pero desde hace unos años sólo expone en Ubrique. ¿Por qué?

Aquí me veo obligado a mostrar lo que he hecho cada año. Esto no me viene mal porque, cuando hago una exposición, el trabajo termina. La próxima tiene que ser otro trabajo diferente. No me gusta mostrar cuadros que he mostrado en otra exposición. Entonces no mido por dónde voy, ni intento aprender. Porque mi forma de aprender es trabajar, trabajar y volver a trabajar. Pensando no realizas, aunque se aprenda también.

Hace ya algunos años, cuando tenía treinta y tantos, se propuso cumplir un sueño: viajar a Nueva York. Y lo cumplió. ¿Cómo fue esa experiencia?

Hice una exposición en Ubrique y lancé una piedra: que si sacaba el dinero suficiente me gustaría ir a Nueva York, y no sé si algunos me ayudaron. Me llevé diez o doce telas y el caballete y estuve un mes. Pinté las doce telas y me sobró tiempo. Fíjate si me sobró tiempo, que me faltaban tres días o cuatro y me dije que no iba a estar sin hacer nada. Así que a dibujar. Me sentaba en cualquier escalón. Y el bullicio de la gente… Hacía garabatos, como Pierre de Matheu los llamaba. Él llamaba a sus dibujos garabatos. Y yo también lo hacía. Cogí un bloc, yo no sé las hojas que tenía. Cuando lo terminé, pues otro. Y pensé en hacer mil dibujos. Una burrada. Claro que son dibujos muy escuetos, muy rápidos. Y ya está, llegó el mes y me monté en el avión. También estuve en París y en Roma.

¿Qué edad tenía?

Tenía treinta y tres o treinta y cuatro. Fue después de casarme. Cuarenta años o treinta y tantos, qué más da. Es que no lo sé.

¿Esos viajes qué le aportaron?

Pensándolo ahora, decisión y libertad.

aguera-caocultura_003Además de la influencia omnipresente de Pierre de Matheu en su trayectoria como pintor, ¿qué otras influencias hay en su obra? ¿Qué pintores le gustan?

Van Gogh. Cuando era joven fue el que me atracó. Y pasando el tiempo lo sigo queriendo. Pero ahora me gusta también Cézanne. Todos los impresionistas. Degas, Toulouse-Lautrec…

Hace un par de años, inauguró en el espacio expositivo del El Convento, en Ubrique, una muestra en la que todos los lienzos estaban en blanco, desnudos. Y los fue pintando mientras la exposición estuvo abierta. Cuando se clausuró, el trabajo estaba finalizado. La misión cumplida.

De vez en cuando quiero hacer algo diferente de lo que estoy haciendo. Como he dicho antes, lo que quiero es aprender. Y también digo muchas veces que me gusta diferenciarme de los demás. Busco la forma de interpretar lo que me decido a hacer olvidándome de todo, de la técnica, porque soy autodidacta. El resultado es una sana intención; aunque esté mal, siento que hay una sana intención. Y para aprender, sé que tengo que trabajar mucho. Aunque también sé que voy a llegar ya a los últimos días de mi vida.

¿Le parece que ha aprendido poco, entonces?

Sí, hombre, para lo que quisiera hacer no tengo tiempo.

Pues a mí, cada vez que le veo me da la impresión de estar hablando con una persona muy joven.

Porque, quizás, por nada me río o algo así.

¿Por qué esa necesidad constante de aprender? ¿Esa sensación de no dar nada por cerrado?

Evolucionar es hacer algo diferente y tengo la suerte de que, si decido hacerlo y luego mostrarlo, es porque tengo fe en eso. O me digo que ése es el camino. O también me digo que no es perder el tiempo.

¿Cómo se define como pintor?

La sangre todavía me bulle, quizás más bien sea temperamental. No soy frío dentro de mi oficio. Otra de las cosas que me ocurren es que cuando hago algo no hago una o dos, prefiero que sean cien. A lo mejor no llego a cien, pero con subir a veinticinco… Machaco, sigo en ese camino hasta que me pincha el “tienes que hacerlo de otra manera”.

Por eso es muy duro que los demás no lo acepten y cuando veo en la televisión exposiciones de gente importante, de gente consagrada, me digo: Antonio, tú no te preocupes, tú no has inventado nada. Así que tengo decisión y ya está.

¿Y libertad para hacer en cada momento lo que le apetece?

Si me decido es porque me encuentro en la obligación de hacerlo.

(Se para y me enseña sus últimos trabajos, una serie de dibujos sobre los cuadros de su próxima exposición, que se podrá ver en los meses de junio y julio en El Convento, en Ubrique. Me alcanza uno y me pregunta: Mira, ¿esto cómo se mastica, esto a  quién le puede interesar?

Los papeles se han intercambiado por un momento. Me reta a que le diga qué veo en un pequeño apunte: manchas negras que delimitan perfiles vagos que me parecen un río con su orilla de cantos rodados. Se lo digo: “Si tú lo has dicho, es”, asegura.)

¿Le da al espectador la oportunidad de que se pare y observe?

Yo que sé, yo que sé.

En su última exposición, trataba el tema de la memoria, de un mundo desaparecido.

Sí. Sobre lo que me contaban los mayores de la guerra. Yo quería ponerle La desbandá. Y luego un amigo vio los cuadros cuando los estaba haciendo y me dijo que si eran sombras. Por eso luego se llamó La desbandá. Sombras olvidadas en el tiempo.

Se trata el miedo, la “desbandá”, el movimiento y la agitación. Y estaba también la fosa común. En ese cuadro me hice a mí mismo. Una calavera diferente a todas. Me hice un autorretrato.

¿Para usted como pintor entonces lo importante es buscar?

Buscar nuevas sensaciones, nuevos problemas, porque me gusta siempre complicarme con el cuadro que voy a hacer, que no sea una cosa ya casi hecha, sino que me dé guerra. Meterme me cuesta mi tiempo, mi cabreo. Hasta que ya lo dejo por terminado porque el mismo cuadro me dice: ya está… De todas manera, tengo las ganas y deseo de que mi trabajo algún día… A quien corresponda. Si lo tienen que quemar, que lo quemen, pero si se tiene que salvar algo… Yo lo he hecho con la sana intención de dejárselo a todo el mundo, porque un cuadro en realidad no es del autor es del mundo. Yo he escuchado siempre eso.

Me acuerdo que una vez que expuse en Jaén un crítico dijo: “Los cuadros de Agüera en el primer impacto son algo como desagradable, es algo que no entra, no se puede masticar. Lo ves al día siguiente  y llega el momento en que comunica”. Y es verdad. El espectador necesita masticarlo, no engullirlo, pero como somos tan cómodos…

Antonio Rodríguez Agüera y su camino personal, único, difícil de entender para muchos. Sencillo, claro, para él mismo.