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Ubrique

A. García Barbeito – 07/10/2014 – ABC.es

phoca_thumb_l_aguera_323Hace más de veinte años, en el trazo rebelde de una espátula que se peleaba con el aire para pintarlo, una espátula que quería llevar al lienzo el olor del campo, el sonido del agua que, violenta, locas sus crines, pasa saltando entre las piedras del río, en una espátula que se había traído a la mano de quien la movía todos los colores, encontré a un hombre bueno que además resultó ser un gran artista. Cuando vi su primer cuadro supe que aquello sólo podía pintarlo alguien que tuviera alma de salvaje arcoíris, visión de rapaz del arte que desde el cielo ve que puede atrapar entre sus garras –en su caso, entre sus manos- la presa que está allá abajo, que en su caso era un árbol, un campo de amapolas, unas manzanas en el blanco alféizar de su blanco estudio, la casa de su nacencia, tan blanca de cal, que parece excavada en la nieve. O la montaña, para sentirse más sencillo, más humilde, más tímido de lo que es. Mi querido, admirado Antonio Rodríguez Agüera, tan artista.

Ubrique, que siempre supo quedarse en nosotros en un detalle de piel, empezó a hacerse una conmigo no tanto en la piel como en el lienzo. La espátula de Agüera trazaba las líneas precisas para crear un camino de costumbre entre el Aljarafe y Ubrique, aunque también a veces fue el pintor quien hizo el camino. Pero, claro, Ublique sumaba. Fue una noche sevillista en su peña donde conocí a quien se haría entrañable amigo, Juan Manuel Román, y al beticismo pacífico de Agüera le puso cercanía el rojiblanco de Juanma. Sin dejar de lado -¡ni pensarlo!- la pasión por los colores sevillistas, fui quedándome en el muestrario de colores de la pintura de Agüera y, para reforzarlo, entre las manos artesanas de Juanma, que cogen un trozo de cuero y cuando sale de sus manos es una obra de arte. Pintar y repujar, cuero y lienzo, Antonio y Juanma, amigos en Ubrique, inmensa celebración siempre que coincidimos. Por eso ayer se me vino encima la mañana, como si se me hubiese caído encima el monte que ampara a Ubrique, cuando supe lo que había pasado en la calle San Sebastián. Los rojos de Agüera le dan pasión al lienzo, hablan de frutas, de atardeceres, de amapolas, pero nunca de sangre. El rojo sevillista de Juanma le da pasión a un escudo, a una camiseta, al cuero. Pero no nombra nunca la sangre. Por eso me dolió tanto ver la mañana como un escudo de sangre -¡la misma sangre!-enmarcado en un lienzo de sangre. Dos muchachos muertos a puñaladas por la mano de su padre… Antonio, Juanma, amigos, envolvedme en vuestros rojos de vida, entre gamones, allá arriba, frente a la luz donde en Ubrique todo nace y nada muere…