Pedro de Matheu: Fidelidad a un pueblo
La relación entre Pedro de Matheu y Ubrique fue muy intensa, desde que llegara a pintar, por primera vez en agosto de 1958 y su muerte en abril de 1965.
Ubrique y Alcalá de Guadaira ocupan un lugar muy importante en su última producción. Fueron como lugares fieles de peregrinación artística. En Ubrique, decía a sus amigos, había encontrado «una mina». Nuestra arquitectura popular, con sus calles sinuosas, servía de modelo único a lo que él denominaba «arabescos», para dar unidad al cuadro. En Alcalá se nos muestra como un magnífico dominador de reflejos, presentes desde sus obras tempranas en Francia. De estos dos pueblos tan queridos por Pedro de Matheu, la exposición presenta obras muy importantes.
La serie de Ubrique pertenece a un Matheu con un estilo maduro, pleno. Aquí pinta sus dos últimos cuadros en febrero de 1965. De un mismo almendro realiza dos versiones, una por la mañana y otra por la tarde, de los que piensa que «son muy valientes». A pesar de su grave estado de salud, escribía a Florencio de la Fuente «estoy que soy otro, tengo ánimos, soy feliz». Durante los años que estuvo en Ubrique dejó muchos amigos, entre ellos, Francisco Peña, al que le regaló un cuadro de Alcalá, titulado «La Compuerta», presente en la muestra. Francisco mantuvo la llama entre muchos pintores ubriqueños y mostró su admiración por él hasta su muerte.
A Matheu se le asocia con la espátula, y la verdad es que monopoliza su pintura desde los años cincuenta; pero Pedro de Matheu es algo más que eso. En su obra podemos encontrar gran variedad de tendencias, técnicas y temas.
Su vocación artística es muy temprana, y tiene maestros allí donde reside su padre, que pertenecía al cuerpo diplomático de El Salvador, lugar de nacimiento de Pedro de Matheu en 1900. Su infancia la pasa en Puerto Real, ya que la familia tiene una casa solariega. Con tan sólo nueve años, Joaquín F. Barberá fue su primer maestro de dibujo.
París es la ciudad en la que reside durante su juventud. Continúa su formación a partir de 1915 en el taller de Claudio Castelucho, pintor catalán que vivía en Montparnasse y que poseía una academia particular. Recibió enseñanzas de Jean Paul Laurens, en la Academia Julián y probablemente entrara en contacto con Pierre Bonnard. En 1917 accede a la Escuela de Bellas Artes de París.
Uno de los lugares habituales del pintor fue San Juan de la Luz, allí conoció entre 1917-18 al pintor ruso Alexandre Altmann, que residía en París desde 1909 pero que viaja al sur buscando la luz. Altmann ejercerá una gran influencia en él. Le inculca la pasión por el calor, la plástica luminosa, las masas enérgicas y la constancia creativa; la anima a pintar continuamente hasta poder expresar lo que uno pretendía en el lienzo.
En 1918 realiza su primera exposición individual en un hotel de Niza, donde acudía a veranear la alta sociedad parisina.
Será en 1921 cuando expondrá en la Galería George Petit, repitiendo en 1925. Se trata de la más importante de París, lugar preferido para los grandes artistas franceses y españoles, como Socollar o Picasso.
El nombramiento de su padre como embajador en Madrid, en los años previos a la Guerra Civil, hace que sus estancias en España fueran más dilatadas. El estallido de la guerra los separa, regresando a España una vez terminada la contienda. Comienza a pintar una serie de grandes monumentos, destacando Burgos. Sus viajes y exposiciones no cesan. En Madrid se relaciona con toda la intelectualidad, entre sus amigos se encuentran Vázquez Díaz y Gerardo Diego.
La nacionalidad salvadoreña de Matheu lo ha apartado injustamente del reconocimiento de su obra, ya que no se sitúa dentro de la pintura francesa, a pesar de su formación; o de la pintura española, a pesar de sus raíces hispanas. Andalucía está en deuda con «Pierre», porque a pesar de su nombre afrancesado, su pintura es, en gran medida, andaluza. Las series de Córdoba, Jerez, San Fernando, Cádiz, Puerto Real, Ronda, Sevilla, Lebrija, Osuna, Alcalá de Guadaira o Ubrique, así lo confirman.