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‘Pedro Lobato Hoyos’ por Casiano López

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Casiano López Pacheco
Cuaderno de Apuntes

Que una fuerza de la naturaleza -arrolladora, temperamental y seductora- como lo era Pedro Lobato Hoyos no haya podido plantar batalla ante una aciaga  e inesperada enfermedad sin vencerla, nos deja sin resolver una incógnita  que ha de perseguirnos el resto de nuestras vidas.

Porque nos resulta harto imposible imaginar que todo ese caudal de inagotable energía, que emanaba de su corazón y su intelecto, haya cesado así, en tan pocos días, su frenética actividad vital, de repente y sin concesiones.

Su nuevo lugar, desde ahora, supera ya la dimensión física y temporal y deja atrás las veleidades que nos afectan al resto de los mortales, que nos impiden ver la esencia de lo que realmente importa, entregados a distracciones más mundanas.

Cuando uno, con la temprana edad de Pedro, se marcha de esta forma tan inesperada, comienza a forjar su propia leyenda, una mitología tan especial como lo fue su intensa vida.

La de un pintor indomable, curtido en mil concursos; poderoso dominador de la técnica y mago del color. Un artista que nos ha regalado un legado esparcido por la piel de toro de esta España tan controvertida que nunca encuentra su lugar ni su norte.

Una simiente de talento y frescura que con el paso del tiempo acrecentará su merecida fama, otorgándole un lugar principal en el Olympo de los pintores nacidos en la provincia de Cádiz, que han logrado traspasar fronteras, extendiendo su personal estilo, encarnándose  como uno de los paisajistas más importantes de la Andalucía contemporánea .

Porque Pedro fue un trabajador infatigable, un currante del pincel y la espátula que no desfallecía, ni con frío ni con calor a los desafíos  de cada cuadro. Un artista en trance que desconocía sus propios límites y que, desgraciadamente, no sabremos dónde podría haber llegado. Lejos, seguro.

La única certeza es el lugar de privilegio que ocupa con honores entre la afamada comunidad de los Pintores de Ubrique, ganado a pulso en su dilatada trayectoria, por su increíble palmarés de galardones y exposiciones y la presencia de su prolífica obra en numerosos museos, ayuntamientos y fundaciones de reconocido prestigio y relieve.

Con esa proyección tan significativa, la figura de Pedro Lobato, adquiere un aura especial que lo diferencia de otros pintores. El dominio del paisaje, que ha sido una constante vital en su devenir artístico- su espina dorsal- le ha proporcionado un vasto campo donde experimentar la pulsión del color y el tratamiento de las texturas. Ser uno de los más reputados paisajistas del Sur te permite entregarte a la libertad de crear sin restricciones hasta que su paleta evolucionó de la alegría desmedida del color de su primera época a las veladuras y las grisallas ocres de hace unos días, indagando siempre en la búsqueda de nuevos lenguajes plásticos.

Disfrutando en el uso de un trazo sugerente y una pincelada suelta, siempre a la busca de la experimentación, la pintura de Pedro cambiaba, como seguramente le dictaba la vida misma, en su constante evolución. Nada se detiene porque siempre fluye.

Nadie discute la grandiosidad de sus lejanías- tema estrella infinitamente reconocido por innumerables jurados- donde gozó de una maestría ejemplar trabajando grandes formatos. Paisajes que regalaban  a la vista unos impactantes primeros planos que rozaban ya la abstracción, en contraposición a las evanescentes atmosferas  del aire que se pierde a lo lejos.

Tampoco se puede desdeñar su faceta de retratista, para la que estaba también excelentemente dotado, consecuencia lógica de su extraordinaria base como dibujante, en la que destacó desde niño y que decantó su inclinación para dedicarse a las Bellas Artes, sin dudarlo siquiera, a temprana edad.

El niño aquel, que vivía dentro del hombre maduro, conservando la mirada limpia, acaba de dejarnos, cuando lo mejor de su talento inagotable estaba por venir, porque el destino cruel trunca los sueños de los hombres, llamando a algunos antes de tiempo, cual si fueran héroes escogidos para tareas de carácter divino.

Tal ha sido la irreparable pérdida de nuestro querido Pedro. Un pintor mayúsculo y sin parangón. Una persona, en el buen sentido de la palabra “buena”. Un compañero de andanzas con el que hemos compartido una parte del viaje de la vida, juntos y que nos hizo comprender- tan viajero él- que la meta no era lo importante. Que lo que trasciende es el camino, el trayecto. Y nada más.

Con su ejemplo, con su tenacidad, con su constancia y su buen hacer, Pedro nos está indicando la dirección que debemos seguir hasta que un día, esperemos que lejano, la clepsidra del tiempo que se nos dio a cada uno, se detenga.

Ahora que vives en tu obra y habla de ti sobradamente, superando los estrechos límites del tiempo, tampoco olvidaremos tu franca sonrisa que brilla en las pupilas de tus hijos y se mantiene como un ascua encendida en el alma de Charo, tu esposa.

Un abrazo donde quiera que estés.

Junio, primavera de 2016.